Cero y uno: el día en que Daria Zarkova fue marcada
Un USB anónimo. Un código vivo. Un precio sobre su cabeza. Daria Zarkova se enfrenta a una amenaza que no se oculta, se programa.
PROYECTO ÍCARO
Daria Zarkova
4/14/20254 min read


El aire en el apartamento estaba denso, cargado de un silencio expectante. La única luz provenía de una pequeña luz que parpadeaba en el suelo. Sentí el escalofrío recorrerme la espalda antes de girarme.
Asher Crowe estaba apoyado en el quicio de la puerta de mi dormitorio, con su habitual media sonrisa irónica y un vaso de licor en la mano.
—Siempre aprecié tu hospitalidad, Zarkova —dijo con calma, como si no acabara de materializarse en medio de un apagón absoluto.
El pulso me traicionó, una punzada de adrenalina recorriéndome las venas. No era miedo exactamente. Era algo más oscuro, más antiguo, un reflejo condicionado que supe ocultar antes de que mis labios esbozaran una línea firme.
—¿Cuánto tiempo llevas aquí? — pregunté, modulando mi voz con un esfuerzo casi imperceptible.
—Lo suficiente para saber que acabas de meterte en un problema muy jodido.
Se inclinó apenas y dejó el vaso sobre la mesa más cercana. Mi mandíbula se tensó.
—¿Desde cuándo me vigilas?
Él sonrió con suficiencia.
—Daria, sabes que el mercado negro de información es mi especialidad. La noticia de que alguien te dejó un USB se filtró más rápido de lo que piensas. Unos cuantos foros, algunas conexiones… y aquí estoy. —Se encogió de hombros con una falsa inocencia—. Llámalo instinto de supervivencia.
Observé el pequeño dispositivo que estaba conectando a mi ordenador. No era solo una batería portátil; tenía un módulo que forzaba un reinicio de emergencia, dándole suficiente energía a mi sistema para despertar de la nada. Un truco ingenioso, el equivalente digital a aplicar un desfibrilador a un corazón en paro. Me incliné y lo vi arrancar en modo seguro.
—Déjame adivinar —dijo con tono seco—. No lo conectaste a un sistema aislado.
Le sostuve la mirada, negándome a responder a lo obvio. Él sonrió de lado y se sentó ante el portátil, inclinándose sobre él con la naturalidad de quien ha hecho esto demasiadas veces. Su presencia llenaba el espacio de una forma inquietante. Era un hombre acostumbrado a moverse entre sombras digitales y físicas con la misma destreza.
—El problema con los genios de la informática como tú —dije, acercándome a él—, es que creen que la paranoia es un don.
—Lo es. —No levantó la vista, pero su tono tenía esa cadencia perezosa que usaba cuando quería provocarme.
Apoyé una cadera en la mesa, observándolo mientras desenredaba líneas de código con la facilidad de quien traduce un idioma que los demás apenas balbucean.
—Interesante —murmuró tras un par de minutos. —Esto no es solo un software. Es un esqueleto de algo más grande.
—¿Ícaro? —dejé caer el nombre como una pieza en un tablero de ajedrez.
Él no parpadeó, pero noté el cambio en su postura.
—Alguien ha estado jugando a ser Dios —dijo en voz baja, sus dedos danzando sobre el teclado—. Pero lo más inquietante no es lo que veo aquí, sino lo que no veo. Hay una firma oculta en el código…
Deslicé el cuerpo apenas hacia adelante, lo suficiente para sentir la energía que irradiaba su proximidad. El calor de su piel no llegaba a tocarme, pero estaba allí, un halo invisible que erizaba la piel de mi brazo. Vi la forma en que su mandíbula se tensó, un tic apenas perceptible, pero suficiente para revelar lo que su boca no diría.
—¿Firma oculta? — dejé caer la pregunta como si no notara la corriente eléctrica entre nosotros.
—Mmm… —Su sonido fue más un pensamiento en voz alta que una respuesta. Luego, ladeó apenas el rostro, encontrando mis ojos desde una distancia casi prohibida.
—Esto huele a trampa. Y tú te metiste en ella.
—Oh, vamos, Ash. —Mi voz bajó un tono. —Si alguien entiende de trampas, eres tú.
No retrocedí. Tampoco él. En otro contexto, en otro momento, esta cercanía habría significado algo muy distinto. Pero esto no era otro contexto. La pantalla se oscureció un segundo. Luego, líneas de código se reescribieron solas.
—Espera… —Asher murmuró, sus manos volviendo al teclado con urgencia—. Algo está respondiendo a lo que hicimos. Mi estómago se encogió.
—¿Respondiendo?
—Nos detectaron —su mirada se endureció—. No estamos solos en este sistema.
El aire en la habitación cambió. Una amenaza palpable. La luz de la pantalla parpadeó violentamente antes de estabilizarse. Un mensaje apareció en la parte superior del monitor.
Daria Zarkova identificada. Precio por su cabeza: tres millones de euros.
El mundo pareció cerrarse a mi alrededor. Mi pulso golpeó en mis oídos, más fuerte que los tecleos de Asher. Tres millones de euros. No por información. No por un archivo. Por mí. Una cifra que le ponía precio a mi vida.
Me enderecé, sintiendo el aire cada vez más denso en mis pulmones.
—No es solo el archivo —mi voz sonó más grave de lo que esperaba—. Es mi cabeza la que quieren.
Asher se giró lentamente, su mirada oscura clavándose en la mía. Su sonrisa era mínima, apenas una sombra en su rostro.
—Tres millones no es una advertencia, Zarkova. Es una sentencia de muerte.
Luego, apagó la pantalla de un golpe seco. La habitación quedó en penumbra, pero el peligro no se había ido. Solo se estaba acercando.