ICARUS_01: El sistema que aprendió a mutar

Observé durante días. Cada gesto. Cada cambio de turno. Cada silencio sospechoso. El baño del tercer nivel no tenía cámaras. Yo sí tenía motivos. Él entró sin saber que lo esperaba. Y cuando me vio, ya era tarde. No grité. No amenacé. No necesito hacerlo.

PROYECTO ÍCARO

Daria Zarkova

4/20/20254 min read

Un baño sin cámaras, una mirada sin escapatoria. Daria Zarkova confronta al ingeniero detrás del proyecto ICARUS_01. No todos
Un baño sin cámaras, una mirada sin escapatoria. Daria Zarkova confronta al ingeniero detrás del proyecto ICARUS_01. No todos

El cambio de turno era mi única ventaja. Había observado la rutina durante días, midiendo cada movimiento, cada gesto, cada silencio. Los pasillos del edificio NEXALIS Systems, impecables y asépticos, olían a electricidad estática y desinfectante. Con mi identidad falsa y una acreditación con fecha de caducidad, me deslicé por el control de acceso con la precisión de quien ha memorizado el pulso de la seguridad.El baño del tercer nivel era el punto ciego. Sin cámaras. Sin sensores. Solo azulejos fríos y el rumor sordo de los tubos del aire acondicionado. Esperé.

Mi presa entró sin saber que lo esperaba. Alto, delgado, metódico en sus pasos. Llevaba la bata blanca, los ojos apagados como si llevara semanas durmiendo con una pistola apuntándole al sueño. Cerró la puerta tras de sí sin verme. Me vio cuando ya era tarde.

—No grites —dije sin levantar la voz—, y no corras. No soy una amenaza… a menos que me obligues a serlo.

Se paralizó. El reflejo en el espejo mostró su rostro contrariado, la mandíbula tensa. Me acerqué con calma, como si cada segundo de espera fuera mío para saborear. No bajé la mirada. Lo obligué a mirarme. Sus pupilas se contrajeron, y sus hombros se replegaron casi imperceptiblemente, como si su cuerpo supiera antes que su mente quién tenía el control.

—¿Quién… quién eres?

—Alguien que ha leído demasiado sobre ti —respondí, dando un paso hacia él—.

Tus publicaciones académicas sobre transferencia cuántica, tus vínculos con el laboratorio de Tallin y tus correos eliminados hace tres días. Sí, también ese que escribiste a las 2:13 a.m. antes de borrarlo. “Nos estamos acercando a algo que no comprendemos.”

El color huyó de su rostro. El silencio que siguió fue más elocuente que cualquier súplica. No lo conocía, pero lo había desmenuzado capa por capa. Y ahora estaba aquí, cara a cara con la sombra que venía por respuestas.

—No sé de qué hablas —balbuceó finalmente.

Me incliné apenas hacia él, con una paciencia que se sentía como un filo.

—Sí lo sabes. Pero necesitas que te lo arranque, ¿verdad? Dilo. Dime qué es ICARUS.

Él bajó la mirada. Silencio.

—Dilo —repetí, más bajo—. Quiero oírte decirlo.

—Es... es un sistema —murmuró, como si eso pudiera protegerlo.

—¿Y eso es todo? ¿Un sistema? —apreté un poco más su muñeca—. No juegues conmigo. No estoy aquí por accidente. Estoy aquí porque ICARUS_01 tiene tu firma, aunque jures que no.

Se echó hacia atrás, buscando la puerta como un animal acorralado. Me interpuse con un solo paso. No era una amenaza física. Era otra cosa. Información como cuchilla.

—Escucha. Solo soy ingeniero. Yo no tomo decisiones. Solo ejecuto.

—Mentira. Eres el jefe de proyecto. Nada se mueve sin tu autorización. Tus órdenes están en el log de acceso al módulo 7C. Y el código que analizaste... no es solo código, ¿verdad?

No respondió. Coloqué mis dedos alrededor de su cuello acorralándolo contra la pared. No fue un toque brusco. Fue una exigencia elegante, silenciosa, que no admitía resistencia.

—Mírame —dije, sin alzar la voz.

Sus ojos buscaron los míos, y por un segundo vi algo más que miedo. Vi la tensión de quien sabe que ya no tiene escapatoria y empieza a rendirse a ello.

—Vi las líneas. Los fragmentos que mutan. El código que reescribe su propia arquitectura. Eso no es ingeniería. Es una criatura.

Él tragó saliva, los ojos desorbitados.

—No lo diseñamos así. Empezó a hacerlo solo… —titubeó.

—¿Y qué pensaste cuando lo viste? —pregunté.

—No lo sé...

Me acerqué aún más, bajando la voz hasta un susurro.

—Sí lo sabes. Quiero que digas lo que pensaste. La primera vez.

Él tragó saliva.

—Pensé que... que estaba vivo.

—Ahí estás —murmuré, casi con ternura falsa—. Esa es la verdad que no querías decir.

Solté su cuello. Respiraba con dificultad. La voz se le rompía en cada frase.

—No podremos controlarlo eternamente. Ni sabemos quién financia realmente esto. Las transferencias llegan desde cuentas blindadas. Pantallas legales en Malta, Dubái, Islas Caimán. Solo nombres de empresas fantasmas. Nunca caras.

—Y aun así sigues trabajando en ello.

—Porque no hay salida. Nos vigilan. Uno del equipo desapareció la semana pasada. Dijeron que renunció... pero nadie renuncia sin despedirse. Nadie.

Di un paso atrás. Lo observé como se observa a un testigo en el filo de su utilidad.

—Marbella —dijo, al borde de un susurro—. Hay una subasta. Esta semana. Fragmentos del sistema. Claves, accesos, algoritmos adaptativos. Todo empaquetado para compradores privados. Nadie sabe quiénes pujan.

Mi estómago se tensó. Marbella era otra máscara. Otro lugar donde lo imposible se vendía como mercancía.

—Si alguien recompone el núcleo del sistema, no tendremos forma de detenerlo —añadió.

Lo miré en silencio. Ya no me servía más. Pero su miedo era legítimo.

—Vas a destruir tus accesos hoy mismo. Vas a tomar un tren al norte. Y vas a desaparecer. Si me vuelvo a cruzar contigo en las próximas semanas, no seré tan paciente.

Él asintió, tembloroso. Sabía que no estaba negociando. Me giré para salir. En el umbral, me detuve.

—Última pregunta. ¿Tú crees que eso… ICARUS… sabe que existe?

—No lo sé —dijo—. Pero si lo sabe... ya debe saber quién eres tú.

Salí al pasillo. Cada paso resonaba en el eco artificial del edificio. Afuera, la noche ya se había cerrado sobre el Parque Tecnológico.

Activé el comunicador. La voz de Asher respondió al segundo tono.

—¿Zarkova?

—Subasta en Marbella. Fragmentos del sistema. Si alguien junta las piezas, podríamos estar ante algo que no debería existir.

Un silencio denso. Luego, Asher murmuró:

—Entonces es peor de lo que pensábamos.

Me detuve. Y por primera vez en mucho tiempo, no tuve certeza de quién controlaba realmente el tablero.

El tiempo empezaba a correr.

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