El envío: un archivo sin nombre y una mirada desde las sombras
Una mañana aparentemente rutinaria en la Alameda de Colón se convierte en una pieza más del rompecabezas. Un sobre sin remitente, un USB sin marca, y una mirada que lo observa todo desde la oscuridad de un coche negro. Daria Zarkova recibe algo que no esperaba... pero alguien ya sabía que estaría allí. Málaga es solo el escenario. El verdadero enigma empieza cuando se rompe la rutina. En este relato noir con estética pop-art, inteligencia encubierta y tensión creciente, Daria se enfrenta a un nuevo archivo que podría cambiarlo todo. ¿Abrirías un archivo que alguien dejó para ti sin avisar?
PROYECTO ÍCARO
Daria Zarkova
4/7/20253 min read


El aroma a mar flotaba en el aire, enredándose con el olor del café recién hecho que llevaba en mis manos. La Alameda de Colón bullía con su rutina: murmullos dispersos de conversaciones ajenas, turistas en busca del autobús panorámico y el sonido constante del tráfico sobre el asfalto. Un escenario anodino, lo bastante concurrido como para diluirse en la multitud, pero sin atraer miradas innecesarias.
Me ajusté las gafas de sol, un escudo frágil entre el mundo y yo, y caminé hacia el quiosco. El dependiente me saludó con amabilidad, como de costumbre, pero aquella mañana se le notaba especialmente nervioso. Al entregarme la revista, algo se deslizó de su interior.
—Es para ti —comentó, apenas moviendo los labios.
Un sobre de papel marrón, sin remitente. Ligero. Demasiado. Lo tomé con naturalidad, pero mi pulso se aceleró apenas lo abrí. Dentro, un USB negro, sin marca ni etiquetas. Un objeto inofensivo en apariencia. Pero no había coincidencias en mi mundo.
Nadie debía entregarme nada hoy. Y, sin embargo, aquí estaba.
Tragué saliva, sintiendo el sabor amargo del café aún en mi boca.
—¿Hace cuánto dejaron esto? — pregunté, manteniendo la voz baja, aunque sentía la urgencia martilleándome las costillas.
El dependiente parpadeó varias veces, rascándose la coronilla. Miró a ambos lados antes de responder.
—Pues… esta mañana. Sí, sí, cuando abría. No sé quién, pero… me dijo que vendrías.
Su mirada se clavó en la revista, evitando la mía.
Esta mañana. Temprano. Antes de que yo decidiera venir aquí. Antes de que incluso supiera que tomaría esta ruta. La lógica me decía que era imposible que lo supieran de antemano. La lógica también me había fallado muchas veces antes. Me obligué a respirar. A aparentar normalidad. Dejé caer el sobre en el bolsillo de mi chaqueta, me despedí y me giré, fingiendo leer la portada de la revista. Pero ya no veía letras. Solo preguntas.
Entonces lo vi. Al otro lado de la calle. Un coche negro impecable, con los cristales lo suficientemente oscuros como para sugerir anonimato, pero no tanto como para ocultarlo por completo. Dentro, un hombre con el traje perfectamente planchado y una quietud antinatural. No fumaba, no miraba su teléfono. Solo observaba. A mí. Su mano izquierda descansaba en el volante, pero la derecha estaba fuera de mi vista.
Cuando giré levemente la cabeza, sus ojos se encontraron con los míos. Sin sorpresa, sin reacción. Como si ya hubiera anticipado ese momento.
Mantuve mi postura relajada y caminé hacia donde había dejado la moto. O al menos eso intenté. Podía sentirlo. La mirada fija en mi espalda. El instinto decía que no girara la cabeza, que no mostrara inquietud. Lo ignoré. Me quemaba la nuca como un fósforo a punto de encenderse. Saqué el móvil con manos que querían parecer firmes. Entonces, la pantalla vibró. Un mensaje.
'No abras el archivo. No en tu ordenador. No aquí.'
Una advertencia. O una orden. O algo peor. Mi labio inferior se tensó entre mis dientes. No me gustaba sentir que alguien más dictaba las reglas. Demasiado tarde. Lo que estaba en ese USB ya no era un secreto. Ahora era mi problema.
Mientras me montaba en la moto, me giré levemente para confirmar lo que ya intuía: el hombre dentro del coche no perdía detalle de mis movimientos. Un roce de adrenalina en la piel, una sensación a medio camino entre la anticipación y el peligro.
De vuelta en mi apartamento, encendí un sistema aislado. La luz azul de la pantalla parpadeó en la penumbra. Conecté el USB. Aparecieron archivos encriptados. No tenían remitente, pero uno sí tenía nombre. ICARUS_01.
Mi estómago se tensó. Un instante después, un chasquido eléctrico recorrió el portátil.
La pantalla titiló. Un zumbido agudo llenó la habitación. Luego, todo se apagó. No solo el portátil. La lámpara. El frigorífico. Oscuridad total. Silencio. Un vacío súbito, como si el aire mismo hubiera sido drenado del espacio. Mi propia respiración sonaba demasiado fuerte. Entonces, un reflejo en la pantalla ennegrecida: detrás de mí, una tenue luz roja parpadeaba.
No estaba sola.